jueves, 9 de julio de 2015

La «revolución» tan verde

La «revolución» tan verde

por Juan Martin Lorenzo
Open Cuba

Siempre he dicho que la vida se percibe según dónde se viva y cómo se viva. Para este hombre que mira la cámara, casi con un rictus de amargura, la vida debe ser la delirante consecuencia de haberse quedado donde está, y la guayabera blanca que usa pudo haber sido aquella que le sirvió para guardar el «cordón de segurosos» mientras el «comandante en jefe» visitaba algún lugar. Él era el fulano adecuado para aguantar el primer empujón en caso de que se presentara un casual problema. ¡Quién sabe!, tal vez fue joven miliciano en los sesenta, o alfabetizador en los mismos años, más tarde cortó caña para cumplir unos 10 millones que nunca se alcanzaron y le llegó el turno de aguantar empujones para que el de la gorra verde olivo no lo recibiera. Nunca ganó ninguna medalla, o si la ganó la tiene guardada en algún lugar que ya no recuerda, los años son la peor reflexión del destino cuando un hombre ve irse todos sus sueños y sus esperanzas. Hoy le quedan solo una mala pensión, que no le alcanza ni para leer el periódico, y por eso lo recorta y lo dobla cuidadosamente en el bolsillo de la blanca guayabera, para volverlo a leer en casa. También le queda esa guayabera.


Aquel otro, unos metros más atrás puede ser o fue, en algún pasado atrapado por la misma cámara, él mismo, un poco más joven, con más esperanzas y fuerzas, mochila al hombro, regresando del trabajo luego de intentar tomar alguna «guagua» y no poder, y tener que arrastrar la mochila, los zapatos un poco gastados y tratar de no ensuciar esa camisa blanca que le iba a servir el día después, para regresar al trabajo sin pagar el «almendrón» que se hace demasiado caro para su bolsillo humilde.


El estadio final de este hombre es aquel otro, en el fondo, sentado en el pequeño muro desgastado, ofreciendo el periódico oficial al doble de su precio para ganarse unos «kilitos» más y poder subsistir o, tal vez, lavar la misma guayabera blanca que alguna vez fue atrapada por esa cámara indiscreta, cuando ya empezaba a ser demasiado viejo. ¿Se acuerdan?


Los tres se preguntan qué fue lo que salió mal, cuál fue el accidente que los hizo quedarse en ese estadio triste, ver desaparecer su vida con una misma camisa, un rostro que se marchita y le surcan las arrugas, un pelo que se encanece y descubre las entradas. La respuesta puede estar en el dibujo pintado en la caseta amarilla, ese «Elpidio Valdés» que apunta su fusil porque «Todo cubano debe saber tirar».


Los tiros se fueron, la juventud también, la esperanza era verde y alguien la disfruta en Turquía, pero no él.


Porque este hombre no puede viajar a Turquía. No puede visitar la isla griega de Mykonos en un yate de 50 metros. Tampoco puede alquilar cinco suites para él y sus amigos en el complejo «Bodrum» de la capital turca. No tiene mil dólares para pagar una habitación en aquel hotel, como dice que cuestan esas habitaciones de lujo, porque ni tiene el detergente para lavar su antigua guayabera blanca, aquella que lucía gallardamente cuando «hacia el cordón» para cuidar de empujones al padre de Antonio Castro Soto del Valle, el hijo de Fidel Castro.


Este hombre cuidó a aquel padre, pero el hijo se olvidó de los cuidadores, de que hombres como este, en sus tres estadios, le permitieron adquirir el dinero para viajar a Grecia – que hoy se cae en pedazos para los griegos, pero no para él – y llegarse a Turquía y mirar de manera arrogante a esa cámara, desde lejos, sin que le importe nada ningún comentario, ningún titular en el periódico del gobierno de «su isla». Después de todo, ¿quién lo sabrá en Cuba?


«Granma» no lo dirá. Ningún titular se atreverá a aparecer para que ese hombre que vende ese periodiquito, y el de la guayabera que antes llevaba cuando joven una mochila, ese mismo, conozca que el hijo de aquel padre que él cuidaba de empujones se refresca alegremente en Mykonos y en un complejo hotelero en Turquía, y a su costa.


Sí, Cuba no ha cambiado para la mayoría, para los otros, los mismos, es «diferente». Y, así, la «revolución» que fue «tan verde como las palmas» podrá seguir siéndolo… en Turquía.





















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